Cerca de las 7:00 pm, Juan Hilario se encontró con el capataz de una reconocida hacienda, llamada “La Gracianera”, en los mismos terrenos de ésta. Hilario lo invitó muy animado a que también asistiera a la tan esperada fiesta. Pero el hombre le rechazó la propuesta y le señaló los truenos y relámpagos que en ese instante se estaban manifestando, advirtiendo que esas eran señales muy directas de que el Silbón estaba por ahí, teniendo en cuenta que era pleno mayo.
De tal forma les gritaba que salieran de los matorrales y dejaran de jugar, porque de pronto por andar bromeando, los picaba una culebra a esa hora de la noche. Pero nadie salía y los silbidos se escuchaban cada vez más estremecedores y de repente, un fuerte golpe por la espalda tumbó a Hilario al piso, seguido de intensos palazos que lastimaban su cuerpo. Juan intentó defenderse cuando logró levantarse en un segundo y comenzó a lanzar golpes con su garrote a diestra y siniestra, aunque no le daba a nada; parecía pegándole al viento.
Cuando se detuvo a ver quién era su agresor, no vio a nadie y de nuevo empezó un ataque compulsivo de golpes por parte de una presencia imperceptible, hasta que prácticamente lo dejó agonizando y quedó justo en la puerta de la finca donde se iría a realizar la parranda.
Los músicos de la fiesta fueron capaces de reconocer los temibles silbidos y los gritos de Hilario y cuando abrieron la puerta, se encontraron con el hombre malherido. Para alejar la presencia del espectro enfurecido, varios de esos sujetos de la orquesta gritaban al aire toda clase de insultos y de ese modo pudieron alejarlo.
Cuando Hilario volvió en sí, juró rotundamente no volver a emparrandarse por las noches y a no insultar lo que desconoce.
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